La hermanastra se miró en el espejo. Llevaba su mejor vestido de seda y los zapatos de piel de camaleón que cambiaban de color. Satisfecha, continuó aplicándose el grueso maquillaje y pensó que en este cuento no se le iba a escapar el príncipe.Hasta había puesto a Cenicienta a trabajar de camarera en la fiesta para que en esta ocasión no la pudiera transformar esa entrometida hada madrina.
Pero una vez más, a la hora de escoger pareja para el baile, el príncipe volvió a fijarse en la camarera llamada Cenicienta, ya que era la única entre todas esas muchachas demasiado maquilladas a la que se le podían ver los hoyuelos al sonreír.
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